«¿Qué emoción crees que tiene dicha persona?». ¿Qué emoción es esta?

La respuesta habitualmente es «miedo». O «tristeza», o «depresión», o «enojo»…, es decir, alguna emoción de las que clasificamos como negativas. Estamos acostumbrados a pensar, con nuestra mente dual, en emociones «positivas» y «negativas». Pero las emociones son simplemente emociones, respuestas básicamente químicas que nuestro cuerpo genera para ayudarnos a recordar, y que aparecen como respuesta a un estímulo externo y, sobre todo, a la manera en la que nuestra mente procesa esos estímulos externos. Por tanto, no hay emociones positivas ni negativas; son solo emociones. La ira es una emoción criticada, pero es la que nos permite poner límites y decir «esto es intolerable». Aparece cuando estoy ante una situación que percibo como amenazante y decido hacer algo para solucionarlo. Eso no suena muy negativo, ¿verdad? Tal vez el problema surge cuando nos dejamos llevar permanentemente por esa ira y la aplicamos aun cuando ya no hay situaciones que nos amenacen.
Sin embargo, las imágenes representan «entusiasmo».
Así somos los humanos: nos altera tanto una emoción como otra. Nuestro campo se vuelve vulnerable cuando estamos emocionalmente alterados.
No podemos no tener emociones, porque eso anularía nuestra humanidad. Pero sí podemos no dejarnos llevar por ellas, como el que siente el viento en la cara pero no sale corriendo en la dirección de este, sino que se mantiene firme en su lugar. Todas las emociones son positivas; en realidad son maravillosas, porque nos permiten eso tan increíble y tan propio de los humanos que es SENTIR. La dificultad viene cuando ese sentir anula cualquier otra parte de nuestra vida o, peor aún, cuando nos volvemos adictos a nuestras propias emociones. Cuando necesito estar permanentemente con la adrenalina a tope para sentirme vivo, cuando prefiero estar triste a no sentir nada.
Y es que la mente en cierto modo es como un bebé: agarra un juguete y no se lo puedes quitar sin que se ponga a gritar. La única manera de conseguir que un bebé suelte un juguete es ofreciéndole otro. Del mismo modo, la única manera de que la mente suelte un pensamiento obsesivo es ofreciéndole otro. Por eso es tan importante tener una reserva de pensamientos positivos, para poder ofrecérselos a la mente en esos momentos en los que nos obsesionamos y entramos en un bucle que acaba agotándonos, mental y físicamente.
Somos más vulnerables de lo que creemos y, si nos hacemos conscientes de ello, podemos ser mucho más poderosos de lo que imaginamos. Todo eso supone una información muy valiosa no solo para el conocimiento de uno mismo, sino también para nuestra propia salud, física y mental.