
En nuestra percepción cultural occidental, la ciencia ha llegado a ser para muchos el bastión donde asirse y sentirse seguros cuando las explicaciones a nuestras dudas existenciales no encuentran respuestas en las religiones o creencias.
Pero la ciencia no es un dogma, sino todo lo contrario. Es una puerta abierta a la experimentación; y experimentar es lo que parece que hemos venido a hacer todos a este mundo (al menos eso creo, desde mi limitada perspectiva).
El conocimiento se adquiere a través de la experiencia. Que podemos «saber» muchas cosas a través de los blogs y de las experiencias de otros, pero que no «conocemos» realmente nada de este universo si no nos conocemos primero a nosotros mismos.
Cuando un científico es capaz de expresar sus hallazgos trayéndolos desde una fuente tan infinita, no puedo más que sentirme agradecido humildemente. Estamos acostumbrados a que muchos de los científicos, médicos, profesores, maestros y gurús de todas las áreas del conocimiento humano nos hablen desde la palestra, creando una división dogmática entre «lo que es cierto» y «lo que es falso», ostentando de alguna manera la autoridad suficiente como para proponernos teorías o perspectivas como si fuesen verdades absolutas.
La sociedad contemporánea nos ofrece aquí una perspectiva holística de nuestra existencia, al integrar los paradigmas sobre el funcionamiento de tres campos principales que actúan sobre nuestra vida: el campo físico de la materia que curva el espacio-tiempo, la estructura energética de los campos electromagnéticos y la información que nos «forma».