
Un holograma es una imagen tridimensional que se obtiene con una técnica de fotografía especial basada en el láser.
No es algo ajeno a nosotros, pues hay hologramas en las tarjetas de crédito, en las baterías de los móviles y en unos cuantos objetos cotidianos más. El principio de funcionamiento es el siguiente: hay una fuente de luz tipo láser que se divide en dos haces. Uno de ellos es el de referencia, y no atraviesa objeto alguno. El otro impacta en el objeto que se va a fotografiar antes de pasar a la placa fotográfica.
Allí se produce una interferencia entre los dos haces, el de referencia y el que ha pasado por el objeto. El resultado es un patrón en el que se solapan las informaciones procedentes de ambos haces, lo que da lugar a una imagen que varía en función del ángulo desde el que es observada, con información tridimensional.
La palabra «holograma» hace referencia a la posibilidad de ver el objeto totalmente, de forma completa, a diferencia de las fotografías en dos dimensiones, que no permiten ver «la cara oculta de la Luna».
La teoría holográfica del universo ofrece una perspectiva nueva para acercarnos a comprender el orden y la organización del mundo físico. Habitualmente la ciencia trata de diseccionar los fenómenos hasta su parte más pequeña y estudiar los diferentes componentes. Un holograma nos dice que tal vez esta no es la mejor manera de acercarse a la realidad, que tal vez mirando la totalidad nos resultará más fácil entenderla.
Alain Aspect encontró que, bajo ciertas circunstancias, las partículas subatómicas se pueden comunicar entre sí sin importar a qué distancia se encuentren unas de otras. Es como si hubiera un vínculo que las mantiene unidas y hace que cada una tenga siempre información del estado de la otra. Eso hizo «crujir» los cimientos de las teorías del espacio- tiempo, porque significaba que había algo que se podía mover a mayor velocidad que la luz (porque esa información se comparte de forma instantánea).
Cuando percibimos nuestra realidad dual, tal vez no nos estamos dando cuenta de que estamos percibiendo dos escenas del mismo suceso a través de dos «cámaras» diferentes. Bajo esta interpretación, nuestros dos fotones no se estarían comunicando; ocurriría que estarían unidos, a través de algo que no podemos ver ni medir. No es que se estén enviando mensajes; lo que sucede es que no están separados. Es más; no son dos cosas diferentes, sino dos manifestaciones de la misma realidad. No se trata de partículas independientes, sino que forman parte de algo continuo e indivisible.
Un universo holográfico formado por todos los patrones de interferencia de todo lo que existe y ha existido es un registro infinito y perpetuo de todo lo que ocurre. Cada información de cada pensamiento, cada gesto, cada actitud, cada palabra, cada movimiento…, todo ello está codificado como una onda. Las interferencias pueden ser destructivas, pero la información codificada en ellas no desaparece, sino que queda registrada en el holograma.
Nuestra mente también funciona como un holograma. Las impresiones y las memorias no están almacenadas en lugares concretos del cerebro, sino «dispersas» en patrones de impulsos neurales que se entrecruzan por todo el cerebro de la misma manera que los patrones de un rayo láser entrecruzan la totalidad del área de un negativo que contiene una imagen holográfica. Es una buena forma de explicar cómo es posible que se almacene tanta información en un órgano aparentemente «pequeño» y la facilidad con la que accedemos a la información guardada, lo efectiva que es nuestra memoria.
Según la teoría holográfica, el ser humano (y cualquier otro ser) es un aparato receptor que se halla flotando en un mar inmenso de frecuencias y patrones de interferencias, del cual extrae una serie de informaciones que transforma en realidad física. Las dimensiones paralelas, los viajes en el tiempo y en el espacio, las regresiones a vidas pasadas, la telepatía… todos esos interrogantes de la ciencia ortodoxa cobran un nuevo significado en el paradigma del universo holográfico.