
A base de “informar” (es decir, bombardear con datos a una mente que no puede procesar bytes en un lenguaje que no le es propio), las secuelas sufridas hacen que esta mente se encuentre cada día menos reconocible.
En otras palabras más claras: el ser humano es cada vez más estúpido. Esta estupidez con tendencia a la infrahumanidad se disimula a la perfección gracias a la ilusión de inteligencia mensurable a través de las nuevas aplicaciones científicas. Es decir, el hombre moderno puede tener un IC de 210, puede desarrollar ingenios tecnológicos que lleva a otros planetas, puede clonar ovejas, volar a velocidad sónica, o transplantar corazones… y sin embargo, cada día es más estúpido. Es difícil asumir esto cuando desde el polo substancial y cuantitativo, todo parece seguir un “progreso” admirable. Es difícil de asumir esto cuando se está profundamente adoctrinado en una “evolución de la inteligencia”.
Es difícil asumir esto cuando se confunde el ocaso de la cualidad humana con el glorioso punto álgido de una civilización. Es difícil asumir esto, y sin embargo ello no impide exponerlo con total claridad: el hombre moderno resulta ser cada vez más idiota, es decir, cada vez menos inteligente, cada vez menos humano. Esto resulta comprensible cuando se interpreta el proceso de deshumanización en el que estamos involucrados: la fuerza infrahumana está interesada en hacer del hombre lo que efectivamente está haciendo. De esta forma, el moderno se siente orgulloso de su residual inteligencia capaz de desarrollar tecnología o aplicaciones informáticas…
La infrahumanidad sonríe y se frota las manos ante este orgullo: ella se está saliendo con la suya, ella está ganando la partida, ella está cerca de culminar su proyecto.
Quizás el lector puede reflexionar sobre estas cuestiones a través de algunas preguntas. Si se ha cambiado el mundo en cincuenta años de tal forma que no lo conoce ni la madre que lo parió, ¿Cómo habrá cambiado mi interior, en qué grado y en qué profundidad? Si la informática aspira a crear inteligencia (A.I.), ¿No habrá sido sumamente más sencillo producir una programación informática aplicable a mi funcionamiento mental? Si el lenguaje informático crea una “realidad virtual”,
¿Será igualmente “virtual” la realidad que mi mente crea a través de ese mismo lenguaje impuesto en mi conciencia moderna? Si me he considerado siempre como un “ser inteligente”, ¿Por qué la expresión de esa inteligencia no tiene ni rastro de una mínima intelectualidad, sino más bien lo contrario: una inerte tendencia a la sistematización, a la clasificación, a la taxonomía cuantitativa? Si siempre me han dicho que “los hombres están evolucionando” y yo me lo he creído, ¿Qué diablos es eso que camina encorvado por la calle, temeroso hasta de su sombra, coleccionador de síndromes y enfermedades, con corbata en el cuello, con un teléfono móvil en la oreja, con chip en su tarjeta de crédito, y con un calzoncillo de marca encorsetando un estéril y disfuncional sexo?
Respuesta a esta última pregunta: es el ser humano residual y superviviente a través de su utilidad en el Novus Ordo Seclorum. La fuerza infrahumana se refiere a él con sarcasmo como “el nuevo hombre”.