Personal

La ideología moderna

Si el ser humano se define por su esencia, el único cambio que puede darse en lo esencial será siempre cualitativo.

En palabras más claras: lo único “novedoso” que se puede encontrar en un “nuevo hombre” es precisamente la ausencia de humanidad. Imaginemos esto: algún matemático desorientado anuncia la existencia de un “nuevo número tres”. ¿Qué posibilidades hay de que este “nuevo número tres” sea un fraude basado en una falacia matemática? Todas las posibilidades. Lo humano nunca podrá ser “nuevo”, lo que sí resulta ser nuevo – ¡novísimo!- es el concepto de “nuevo hombre” teorizado por “pensadores” modernos. La pasión por la novedad constante es recentísima, y ésta se hace “científica” a través del “evolucionismo” propio de toda concepción científica moderna.

“Lo humano” se presenta para el espíritu como algo superable, desdeñable, y valorado negativamente como “demasiado humano”. El “nuevo hombre” es, en definitiva, el “nuevo hombre” de la modernidad, y múltiples ideologías del siglo XXI, lo reivindicarán explícitamente, como por ejemplo, el nazismo.

¿Qué mejor manera para comprobar el fraude científico del “nuevo hombre” que a través de una patraña que se define como “humanismo científico”? La esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de sus relaciones sociales.”.
Para esta ideología, el hombre moderno supone ser el resultado del entorno social en el que vive, y este hombre se desarrolla a través de su relación con ese entorno. El proceso de “desarrollo humano” se expresa a través del concepto de “trabajo”. Sin embargo, ¿qué ocurre para que el trabajo actual no desarrolle la humanidad de ninguna manera, sino más bien lo contrario? ¿Qué pieza no encaja en la máquina de la dialéctica histórica?.

El “trabajo” no desarrolla al hombre porque éste vive “enajenado” en una “sociedad deshumanizada” ¿Por qué “el trabajo pierde su función social”? Debido a un sistema de producción –el capitalista- basado en la “propiedad privada”. En palabras más claras: el hombre vive “enajenado” en una “sociedad deshumanizada” porque los “medios de producción” son “propiedad privada”. Se trata de “superar” ese capitalismo a través de una “revolución” que rompa esa “propiedad privada” de la producción y sus medios. Pero entonces, ¿quién se adueñará de esos “medios de producción”? Respuesta: la sociedad. ¡Ajá!

Una abstracción que no puede poseer nada, porque ella no es nadie. ¿Quién representará entonces a dicha sociedad a efectos prácticos y concretos? Un “partido”, una “élite política”, un grupo de poder, o en palabras más claras… los de siempre.
Este concepto se lleva a la práctica con la “socialización”, y tiene como fin la total uniformidad del ser humano. El ser humano es utilizado para el “bien” de un colectivo muy dudoso y sospechoso. Ese supone ser el ideal del “nuevo hombre” del Novus Ordo Seclorum: el miembro de una sociedad “socializada”. ¿Sociedad “socializada”? ¿No es eso un sinsentido? ¡Claro! Y no sólo un sinsentido, sino una criminal gilipollez.

El “nuevo hombre” sería el miembro de una sociedad “ideal” (comunista, capitalista, socialista, nazi, democrática, tecnocrática… como se les antoje llamarla). El ciudadano en posesión de un alto desarrollo político, estético y moral. Fíjese que la “novedad” humana moderna se reduce a “lo político” (¡Qué horror!), a “lo estético” (¡Qué horror!) y a “lo moral” (¡Qué horror!). A lo largo de todo el siglo XX, el “nuevo hombre” será el reclamo propagandístico de los estados comunistas, estados fascistas, estados nazis, estados socialistas, de los estados democráticos, de los estados dictatoriales… en definitiva, de todos los estados modernos.

El “nuevo hombre” asociado al símbolo invertido del “amanecer”, del “sol naciente”, o del “lucero del alba”, supone ser el vehículo de imposición del error de toda la modernidad. Se repite peligrosa y obsesivamente: los comunistas y los capitalistas, los sindicalistas y los industriales, los demócratas y los republicanos, los nacionalistas europeos y los europeístas, los laicistas y los neo- espiritualistas, los ambientalistas, los existencialistas, los nihilistas, los ecologistas, los new-age, los internacionalistas, los anarquistas, los fascistas… todos, todos, todos han hecho, hacen (y probablemente seguirán haciendo) referencia ideológica propagandística alrededor del “nuevo hombre” con el “nuevo amanecer”, el “sol naciente” y el “alba”. Se comprobará en el día a día del mundo moderno, año por año, década por década, siglo por siglo.
Toda esta imaginería ilustra lo siguiente: la concepción del “nuevo hombre” no es tal. Ni siquiera ya sería una “concepción”, sino más bien un útil icono arrojadizo. Tampoco sería un símbolo (a no ser invertido), sino una “imagen”, y por lo tanto refleja, vacía en esencia, falsa con respecto al nombre que encierra: la humanidad.

Nada nuevo se puede hacer de un principio inmutable. De la misma forma que nadie puede enunciar una “nueva verdad”, tampoco nadie puede concebir con propiedad un “nuevo hombre”. Sólo a través de una inversión de los principios tradicionales se puede expresar esa falsa concepción fantasmal. El “nuevo hombre” como falaz concepción moderna supone ser –como siempre que se trata de algo moderno- una inversión de un principio tradicional. Necesariamente tenemos que dar algunas generalidades sobre dicho principio del que se sirve la inversión doctrinal del Novus Ordo Seclorum.

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