
Estadio mecanicista: El espíritu es definido negativamente con respecto a la materia, y se le atribuye una “naturaleza mental”, identificada con el res cogitas cartesiano. La materia, ya definida como el non plus ultra de lo predecible, abre una nueva “ciencia” que aspira a conocer “empíricamente” el funcionamiento físico.
Newton formula sus leyes como la base de una física que quiere conocer el mundo desde la experimentación de su funcionamiento. A medida que se desarrolla esa “física moderna”, el espíritu va perdiéndose de vista hasta el punto de resultar desdeñable desde el punto de vista del experimentador. El mundo se convierte así en un mecanismo más o menos complejo que se puede expresar por medio de leyes matemáticas.
Dicha complejidad requiere el desarrollo de “ciencias” aplicadas a aspectos concretos del mecanismo cósmico. Así, se desarrollan las diversas ciencias modernas, ya completamente de espaldas a su principio, y volcadas en dominios reducidos y particulares de la materia. Una de esas ciencias es la medicina moderna, la cual sólo consigue abordar el “cuerpo” como un mecanismo compuesto de diversos sistemas interrelacionados pero separables.
Así, en la medida en la que esta ciencia particular se desarrolla, se requiere una mayor especialización en cada uno de estos sistemas, olvidando la realidad del cuerpo humano como un todo. El cuerpo del ser humano se convierte en una máquina predecible, estudiable, mejorable, y -al igual que cualquier máquina- fácilmente manipulable..Desde la perspectiva del ser humano en concreto, este estadio supone una pérdida de conciencia corporal, y un bloqueo de la vida que lo anima. El cuerpo ya no está tan vivo.
Como cualquier máquina, tiene una utilidad al servicio de su dueño. La corporeidad pasa a ser poco más que un “medio de transporte” del hombre (generalmente para ir y venir de su puesto de trabajo). El lenguaje de ese cuerpo (la sexualidad) se convierte en un mecanismo, una cuestión médica, un problema de salud. La visión mecanicista del ser humano reducirá el “sexo” al sistema reproductor (incluso a lo genital), y la “sexualidad” al funcionamiento de dicho sistema.
Toda esta mecanización del cuerpo del hombre y del mundo, derivará en una “materialización” del cosmos, vivido ya como “materia bruta”. El proceso de descenso humano ya muy alejado de su principio, llega a un punto de condensación que ilustramos (insistimos: simbólica y no históricamente) con el siglo XIX de la era cristiana. Si parece que esta condensación del hombre y del mundo resulta definitiva, se trata de un error: aún queda un último estadio final en el que se verán horrores desconocidos hasta entonces.